Male

Quiero creer en este momento que la obra de Stromberg llamada «Maleficent» (Maléfica, 2014), es la planificada pero no anunciada mitad de una circunferencia perfecta. Una figura geo-cinematográfica cuya primera parte es «Enchanted» (Encantada, 2007). Ambas son radicalmente distintas en calidad y propósito; aunque sí comparten algo en común: parten del mismo principio de contradicción. Ambas son y no son (algo imposible lógicamente), en una mayor o menor medida según cada caso, representaciones fílmicas de los denominados cuentos de hadas.

Este principio de contradicción se establece en la premisa por la cual se pretende contar una historia clásica y a un mismo tiempo diferente al resto. ¿Bajó qué punto de vista? El de mantener cierta fidelidad con el pasado histórico-colectivo de los cuentos de hadas, agregándole a su vez un carácter disociativo que, en los dos casos mencionados, hace referencia a conceptos modernos sobre las cosas que han existido si no siempre, al menos por un gran ciclo de tiempo.

En el caso de «Maléfica» conceptos como: la «paranoia» (en vez de hablar simplemente de «locura», es decir, de forma generalizada); como «inanición» (una palabra que dudo que ya existiera en la época en la que está dispuesta la obra, es decir, el siglo XIV); la identificación del «amor verdadero» con la figura materna (esta podría ser una asociación tan antigua como la humanidad, pero en contados casos se le aprecia y se le reconoce públicamente, quizá por la tendencia a ignorar lo que se considera obvio); entre otros ejemplos. En el caso de «Encantada», principal y esencialmente por la contraposición de la tesis idealista del amor y la antítesis realista.

En esta disociación se apoyan los cambios radicales o no de las historias conocidas por todos (al menos de nombre, y con mayor probabilidad en Occidente), y la parcial visión crítica que por esto mismo gusta de calificar a estas obras (Encantada y Maléfica), como «maestras» (aún dentro de nuestra contemporaneidad, donde una gran parte de los espectadores del séptimo arte siguen comparando los nuevos filmes con base en el cine desde los 30 hasta los 80, algo que, por otro lado, es completamente respetable y razonable).

Una vez comenté con otra persona sobre el uso del término feminismo; aquella preguntaba por qué no hablar de masculinismo. Pensé y expliqué que probablemente las razones para que ello se diese de esta forma sean en un principio históricas —mantener el uso de una palabra que contiene en sí misma su origen, es decir, del movimiento como tal; y no necesariamente del origen de la idea, que es la igualdad de género—; en segundo caso, sociológicas —las personalidades más representativas del movimiento reivindicativo, al menos en su origen, debieron de ser de sexo femenino; es decir, la población de estudio dentro este fenómeno colectivo— y, en tercer caso, lingüísticas —en vez de utilizar rebuscados términos compuestos (por poner un ejemplo exagerado e inventado: igualitarismo de género), mantener la simpleza; y, dentro de este apartado, la obvia y clara confusión que provocaría usar humanismo (hablar de humanismo de género no es concebible si aceptamos la premisa de que se tiende a preferir aquello que se considera simple; sin mencionar que, mientras más sencillo/corto el término, es más recordable y por lo tanto más propenso a la difusión)—. También consideré que el término masculinismo podría ser fácil y rápidamente mal-interpretado. Por lo que, por ejemplo, podría creerse que se usaría para designar un machismo sutil y/o hipócrita. Lamentablemente, el diálogo no se pudo continuar por razones ajenas al control de ambos (se había realizado en forma de comentarios respecto a una imagen que fue eliminada posteriormente sin aparente razón).

¿Por qué menciono al feminismo? Porque es vital tener en cuenta que, dada la cantidad cada vez más abundante de filmes realizados con un mensaje reivindicativo de la mujer, es posible que se crea que (al menos por parte de Disney), todo esto se tratase de una estrategia de mercado. Para llegar a más público, y para recibir mejores críticas. No podría negar absolutamente esa posibilidad, pero al menos es más razonable considerar que no es lo único que ha motivado que nuevas historias con protagonistas femeninos fuertes surjan con mayor apremio cada vez. Podría tenerse en cuenta, más bien, lo que según un determinado punto de vista, se resume en: la historia tiende a repetirse.

Citaré un fragmento de un artículo de Ángel Rodríguez Kauth (2005):

«Es decir, la historia no condena a un futuro preciso —ya escrito— también es cierto que la historia tiende a repetir ciclos espiralados por los cuales transitan los hechos que aparecen en diversas épocas y que no son totalmente originales en sí, aunque tampoco sean diametralmente diferentes a los ya conocidos por haberlos vivido (Sorokin, 1945)».

En cuyo caso, si la historia en verdad se repitiese, sólo estaríamos en una época de transición, en donde la mujer sólo es apreciada como era en la antigüedad: como la madre de todo. Una derivación de esta línea de pensamiento es hábilmente expuesta por Alan Moore en su obra From Hell (Desde el infierno); algo que describe de forma precisa Lisandro Ciampagna:

«En la historieta, Gull —la identidad que asigna Moore a Jack el destripador— es un misógino que, sin embargo, sostiene que la humanidad fue, originalmente, un matriarcado. Esta sociedad primordial estuvo dominada por el lado irracional del ser humano, su costado dionisíaco, hasta que el hombre racional, guardián de lo apolíneo, se impuso sobre el matriarcado».

Pero esto son sólo posibilidades, divagaciones. «Maléfica» es esencialmente un discurso poético, en el que se reforma y se describe de forma singular, el amor verdadero. Toca otros temas, otras situaciones… Pero lo vital de su mensaje, y la importancia que se le puede dar al mismo reside en esa forma de mostrar algo tan manipulado como el concepto del «amor», sobretodo cuando se hace generalmente mayor énfasis en el proceso de enamoramiento o del despecho, además del amor entre determinados sexos/géneros.

Es concebible que esta obra de Stromberg sea rechazada por aquellos que prefieran la versión animada de Maléfica (La bella durmiente, 1959). Me gustaría mencionar algo que siempre me ha preocupado: desde pequeño he tenido una contínua frustración con el trato que reciben los villanos de las historias infantiles. Dejaba de disfrutar las historias pensando: «(Tal personaje) puede ser bueno(a), lo que pasa es que los protagonistas sólo le discriminan, no le dan una oportunidad, y no se interesan en ayudarle realmente». Así, lamentaba profundamente (como niño que era) el trato dado a Cruella DeVil, a Garfio, Scar y a otros villanos(as) que lo eran, mayormente, por cuestión de las circunstancias y por no recibir el suficiente cariño/respeto/interés de sus co-protagonistas «buenos». Tal necesidad de justicia se calmó notablemente con «Megamente» (2010), pero, esto es sólo un dato más. Esta duda creció de adolescente, y le pregunté a una profesora que es filósofa qué pensaba al respecto; en resumidas cuentas dijo que los dibujos animados también se creaban con el afán moral de marcar la línea entre lo bueno y lo malo, y que lo señalaban con tal firmeza con el fin de «educar» a los niños.

«Maléfica» es en entonces un alegato en contra de la conceptualización característica de los villanos dentro de la fantasía. Un discurso narrativo particular: porque no necesariamente el héroe contiene mayor bondad, y su opuesto no siempre desea cosas terribles porque esa sea su naturaleza estática. Y, sobretodo porque no siempre quien tiene apariencias de ser el héroe/heroína de la historia, ha de serlo realmente. Todo esto sin tener en cuenta que, a mayor o menor proporción, ninguna historia tiene un sólo héroe/heroína o villano(a); que el autor(a) de la misma lo quiera poner así, es simplemente el reconocimiento —muy humano— de que no puede desarrollar como se debe la psicología de cada personaje sin extenderse en demasía, y, con ello, perder la potencial atención y recepción de su obra; o, quizá, la admisión implícita de que no tiene interés alguno en el esfuerzo que supondría desarrollar como se debe cada participante de su narración —literaria, musical o fílmica—.

Dice Bettelheim (1975):

«Todo cuento de hadas es un espejo mágico que refleja algunos aspectos de nuestro mundo interno y de las etapas necesarias para pasar de la inmadurez a la madurez total. Para aquellos que se sienten implicados en lo que el cuento de hadas nos transmite, éste puede parecer un estanque tranquilo y profundo que a simple vista refleja tan sólo nuestra propia imagen, pero detrás de ella podemos descubrir las tensiones internas de nuestro espíritu, es decir, sus aspectos más ocultos y el modo en que logramos la paz con nosotros mismos y con el mundo externo, que es la recompensa que recibimos por todas nuestras luchas y esfuerzos»

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REFERENCIAS

(por orden alfabético según el apellido)

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BETTELHEIM, B. (1994). Psicoanálisis de los cuentos de hadas.

RODRÍGUEZ KAUTH, A. (2005). ¿La historia vuelve a repetirse? Nómadas: revista crítica de ciencias sociales y jurídicas, 12 (2), 49-52.

SOROKIN, P. (1945). Estratificación y movilidad social. UNAM, México, 1956.