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Fotografía de Jovanny Araujo, padre del autor, tomada el día de su cumpleaños: 18/01/19.

Por A.
Para toda la humanidad.

Escrito el 17/01/19 de 8:06 a 11:52 am, en el metro, caminando al HU y frente a la Biblioteca Central de la UCV.

La libertad es nuestro dilema,
nos hace ahogarnos en sinfín de problemas,
en una multitud de indecisiones
de discusiones y otras cuestiones.

La libertad o nuestra esclavitud no asumida,
frente a todo esto, que no es más que polvo y cenizas.
El mundo, los otros hombres,
la vida misma, puro polvo y nada más.

Nos arrastramos y revolcamos
en nuestra pobre servidumbre,
nuestra pobre desgracia,
nuestra miseria infinita;
buscando la «perla entre los cerdos»
para que sea nuestro misterio y secreto tesoro.

Nos abandonamos
a nuestra servil pobredumbre,
la misma que duerme frente a la tragedia,
la misma que se cree sólo alma pura y definida,
sin reconocer que también es cuerpo miserable y desgraciado.

La falsa libertad
no nos convence
en nuestra interminable soledad,
y por eso nos aferramos con necedad
aunque el destino nos alcance
siempre persiguiendo
a nuestro público secreto, a nuestro tesoro podrido,
a nuestros cuerpos enmohecidos.

Soñamos continuamente,
solos o acompañados,
sin querer ver la verdad;
que nuestra falsa vigilia es como nuestra ingenua libertad,
pura ilusión, pura imaginación,
sólo cuerpo, sólo polvo, sólo sueño y nada más.

Yo no sé cómo salir de esta inmundicia
ni si hay enmendación alguna;
sólo veo muerte por todos lados
y sólo puedo recordar, cada noche y cada día
lo que dijo alguien más con contundencia y valentía:
«¿a quién mierda puede importarle ahora el amor o la poesía
si ya no se usan?
».

Sólo reconozco nuestros finitos problemas,
el eterno dilema
de ser hombre y no ser nada
a pesar de serlo todo.

Sólo puedo tocar y pensar
en nuestro profundo malestar.
Pura desazón, puro descontento,
agonizante tristeza
paralizante melancolía.

Quizá la pérdida de la inocencia;
quizá otra ilusión más, sin remedio;
quizá el despertar de la conciencia
ante el silencio absoluto e imperturbable de Dios
y el malvivir con nuestros demonios.

He aquí toda nuestra condición desnuda
sin falsas esperanzas ni ilusas alegrías,
abandonando nuestra espinosa ingenuidad
que sólo nos ha dado una necia libertad.

***

Todo esto fue pensado ya,
y las palabras que expresan nuestra inutilidad
e innegable fragilidad
ante la realidad
de nuestra falsa libertad
y terrible soledad,
no son más que el eco
del sufrimiento de toda la humanidad
que se refriega sus inmundicias en este profundo hueco,
pleno de soñadores sin conciencia
y repleto de cínicos sin inocencia,
que se aprovechan de los ilusos,
de su espinosa ingenuidad…

Resultando todo en un cuadro irónico
donde la guerra de todos contra todos
es la armonía verdadera,
y donde dormidos y despiertos
asumen con resignación serena
el malvivir uno con otro
o uno con todos,
en soledad o acompañados,
unos prestos para ilusionar y otros para ser engañados.

Pero todos arrastrándose
ante el cuerpo, ante el polvo,
en un sueño sin razón ni entendimiento
ante la indolencia de Dios o la existencia.

***

Todo esto lo conoce la historia
pues son palabras cual loro repetidas,
olvidadas quizá
o insuficientemente entendidas,
ya que, para nosotros,
«el colmo de la ilusión
es el colmo de lo sagrado
».

De todo esto nos habló
un maldito entre benditos
quien, con una mano apuntando al cielo
y la otra al suelo,
quiso defender que la miseria en la que vivimos
era divina
si a la virtud y a la razón
se dirigía.

Quiso despertarnos la conciencia
y, a su vez, consolarnos y curarnos con esmero
diciendo que la verdadera libertad
no estaba en lo pasajero, en lo perecedero,
sino en la inimaginable eternidad
que es la vida misma en su inefable grandiosidad.

Quiso, con cautela, encaminarnos
en este infierno de ilusiones,
sin mentirnos
(o haciéndolo sin perversas intenciones),
reconociendo una y otra vez
sin abandonar su sensatez
que lo «excelso es tan raro como difícil»
mientras perdía polizones
que abandonaban su arca
que ofrecía poco y exigía mucho,
o así lo consideraban los cínicos y los soñadores;
dejándole a solas con su Dios
y su ilusión de darnos la verdadera felicidad a todos,
aquella que no es un mero cosquilleo
sino beatitud, la apacible serenidad y dignidad
frente a nuestra desgracia
provocada por el azar
o por nuestra ignorancia.

***

Este hombre predicó en el desierto
y desconozco si tuvo verdadera libertad y felicidad
en medio del mundanal ruido
que tanto apreciaba y defendía
en su particular y determinada divinidad.
Reconozco su virtud
e ignoro su fortuna.

Mientras tanto, aquí y ahora seguimos
de nuestras inmundicias llenos y plenos
hasta la saciedad y el hartazgo,
revolcándonos en nuestras miserias,
enamorándonos, ilusionándonos,
dormidos y despiertos en igualdad de condiciones,
creyendo en nuestra falsa libertad
solos o acompañados,
que no nos lleva a ser mejores.

He aquí nuestra innegable
aunque dolorosa condición: no sabemos
por qué nacimos
ni para qué vivimos.

Y nos entregamos a las ilusiones del cuerpo,
nuestro amor ingenuo por lo perecedero,
creyendo que con eso nos basta
y que el corazón es solamente un músculo,
en vez de reconocer nuestra frágil divinidad
que necesita del alma o la razón reformada
día tras día,
para poder enmendar todas sus heridas
que no dejan de aparecer ni de joder
en todos nosotros, ya seamos
cínicos o soñadores,
así estemos solos o acompañados.

Sólo queda decir
o repetir
lo que alguien más expresó
con sinceridad respetable:
«yo sé que aunque ésta es la verdad no es toda la verdad,
lo que pasa es que el resto de la verdad no duele tanto
».