Fecha de escritura original del texto: 15 de febrero de 2021.
Publicada en primer lugar en: este blog.
Revisión y edición del texto: 22 de septiembre de 2022.
Aprender la bondad por ver la bondad ajena. Aprender a ser buenos, pacíficos y sensibles por conocer a personas buenas, pacíficas y sensibles. Ser virtuoso no por miedo al castigo (cárcel o infierno) ni tampoco ser virtuoso por búsqueda de recompensas y reconocimiento (premio Nobel o paraíso). Ser virtuoso y ser bueno por buscar la virtud y la bondad. Pero, buscar la virtud y la bondad por haber conocido y apreciado a personas buenas y bondadosas.
El «sapere aude» de Horacio es el mismo «amor intelectual a Dios» que defendió Spinoza. Es decir, dejar de enseñar la bondad y la virtud promoviendo e inculcando la idea de recompensa y castigo. Enseñar a esperar y querer recompensas (premio Nobel o el paraíso), es insistir en que la virtud y la bondad deben ser premiadas y reconocidas. Enseñar a temer y no querer castigos (cárcel o el infierno), es insistir en que el vicio y la maldad deben ser condenados.
Enseñar a querer recompensas, es enseñar a esperar premios. Enseñar a querer recompensas, es arraigar la esperanza. Enseñar a no querer castigos, es enseñar a temer una condena (cárcel o infierno). Enseñar a no querer castigos, es arraigar el miedo. Enseñar la bondad por recompensas y la maldad por castigos, es inculcar el miedo en el hombre. Inculcar el miedo en el hombre, es desechar el amor. Enseñar la bondad por recompensa y la maldad por castigos, es enseñar el amor a latigazos. Pero el látigo solo infunde temor en el hombre. El látigo hace al hombre ser bueno solamente por miedo al castigo, como está representado en el personaje del Inspector Javert en la novela «Los miserables» de Víctor Hugo.
En cambio, Horacio con su «sapere aude» y Spinoza con su «amor intelectual a Dios», proponen otro modelo de educación. Del mismo modo en que Platón promovía otra educación en su «República». ¿Cuál es el método educativo que querían explicar Horacio, Spinoza y Platón? El camino educativo del amor. Desechando el temor y la esperanza. Desechando la recompensa y el castigo. Desechando la creencia del paraíso y el infierno. Platón, Spinoza y Horacio reconocieron que enseñar la virtud a través de recompensas y castigos es llenar de miedo al hombre, miedo a la cárcel y miedo al infierno. Enseñar la virtud a través del miedo es inculcar el amor a latigazos. Del amor a latigazos solo queda el miedo al látigo. Platón, Spinoza y Horacio señalaron que la única manera adecuada de enseñar la virtud es el amor. Ser buenos porque han sido buenos con nosotros. Amar a los demás porque nos han amado.
Jean Valjean fue un criminal juzgado duramente por la ley. Fue castigado una y otra vez y su condena se extendió cada vez un poco más. Con el amor a latigazos de la ley, Valjean se llenó de odio y resentimiento. Con el amor a latigazos de la ley, el miedo al látigo se convirtió en odio al látigo y odio a la ley humana. El tribunal y la justicia humanos trataron a Valjean como un animal. El tribunal y justicia humanos envenenaron el alma de Valjean. Del amor a latigazos de la ley humana, resultó que creciera en Valjean el odio y se olvidara del amor. El tribunal y la justicia humanas corrompieron el cuerpo de Valjean, lo redujeron a ser menos que un perro callejero. El amor a latigazos de la ley humana, convirtió a Valjean en un animal salvaje. La condición humana y amorosa de Valjean pasó a ser la condición inhumana y llena de odio del animal maltratado mil veces. La cárcel, el tribunal y la justicia humanos hicieron de Valjean un animal herido y salvaje. Valjean dejó de ser un hombre y pasó a ser un lobo.
Luego del «amor a latigazos» de la justicia humana, Valjean conoció y fue juzgado por el «amor sin látigo» de la justicia divina. El señor Myriel era un anciano lleno de amor, que hacía el bien sin mirar a quién. El señor Myriel «amaba intelectualmente» a Dios, como Spinoza, Horacio y Platón. El señor Myriel cultivaba su jardín lleno de hermosas flores, y cultivaba también su propia alma. El señor Myriel leía constantemente a Salomón, y veía a Dios en todas partes. El señor Myriel veía a Dios en el cielo estrellado sobre su cabeza, y en las flores de su jardín. El señor Myriel veía a Dios en los hombres que vivían a su alrededor, y quería que los demás también vieran a Dios. Por eso el señor Myriel trataba a todos los hombres con amor. Incluso frente a los interlocutores que le enfrentaron venenosamente, Myriel supo reconocer la sabiduría ajena. El señor Myriel estaba tan lleno de amor que veía a Dios en todos los animales, incluso los más pequeños e ignorados. El señor Myriel estaba tan lleno de amor que incluso evitaba pisar a las hormigas. El señor Myriel estaba tan lleno de amor que incluso reconocía la belleza de las arañas:
Una mañana estaba en el jardín; se creía solo, pero su hermana andaba tras él, sin que él la viese; de repente, se detuvo y miró algo en el suelo: era una araña enorme, negra, velluda, horrible. Su hermana lo oyó decir:
―¡Pobre animal, la culpa no la tiene él!
¿Por qué ocultar estas niñerías, casi divinas, de la bondad? Puerilidades, sí; pero estas puerilidades sublimes han sido las de san Francisco de Asís y las de Marco Aurelio. Un día se causó una pequeña dislocación, por no haber querido aplastar a una hormiga. (Primera parte, libro primero, capítulo XIII, p. 67)
El señor Myriel, como Platón, Spinoza, Horacio y Salomón, predicó con el ejemplo. Si quería ver más amor a su alrededor, debía dar amor a todos los seres, grandes y pequeños. Si quería Myriel que Dios fuese conocido por el amor y no por el látigo, jamás levantaría un látigo. Si quería Myriel que Dios fuese conocido por el amor, abandonaría la idea de la recompensa (premio Nobel o paraíso) y la del castigo (cárcel o infierno). Si quería Myriel que Dios fuera conocido por el amor intelectual, trataría a todos con amor y buscaría a Dios en los libros con los que cultivaba su alma. Myriel, que reconocía a Dios incluso en las arañas y las hormigas, jamás dijo una palabra venenosa en su vejez. El señor Myriel reconoció que el amor era el único camino correcto.
El señor Myriel recibió en su hogar a Valjean, y con el amor transformó su alma entera. El amor hizo del animal salvaje un animal doméstico. El amor transformó el lobo salvaje en el perro doméstico. El amor de Dios en Myriel extirpó el odio arraigado en el cuerpo maltratado y el alma moribunda de Valjean. El amor de Myriel transformó el veneno del tribunal y la justicia humanas en el remedio del tribunal y la justicia divinas. El amor de Dios en Myriel le hizo ver a Dios en los animales grandes y pequeños. Dios, para Myriel, estaba en el cielo estrellado y en el suelo de su jardín, en cada flor y cada hormiga. Dios, para Myriel, no se escondía en los templos ni en las religiones. Dios, para Myriel, era amor. Pero no el amor exclusivo a unos cuantos hombres de una religión o fe particular. Dios, para Myriel, está más allá del dogma. Dios, para Myriel, Spinoza y Platón, está en educar con amor para que el amor surja de nuevo.
Un Dios amoroso no cree en recompensas (premio Nobel o paraíso) o castigos (cárcel o infierno). Un Dios amoroso no cree en la esperanza del premio. Un Dios amoroso tampoco cree en el miedo al castigo. Enseñar la bondad y la maldad al hombre a través de la esperanza de una recompensa (premio o paraíso) y el temor de una condena (cárcel o infierno), hace que el hombre sea bueno solamente por miedo al castigo. Un Dios verdaderamente amoroso jamás creería en el amor a latigazos. Porque del amor a latigazos se diluye el amor, y solo queda el temor y el odio al látigo. Un Dios verdaderamente amoroso desecha el temor y la esperanza. Un Dios verdaderamente amoroso desecha la recompensa y el castigo. Un Dios verdaderamente amoroso desecha la creencia en el paraíso y en el infierno. Un Dios verdaderamente amoroso solo cree en hablar solamente con bondad y amor, o callar. El amor de Dios que conoció Myriel, le hizo ver a Dios incluso en las hormigas y las arañas.